BIOGRAFÍA

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Al despuntar la mañana, tras una noche serena y en fecha ya muy lejana, nací en La Pola de Lena, hermosa villa asturiana […]

Estas líneas no son mías. Pertenecen a la obra del insigne escritor y dramaturgo Vital Aza y figuran desde hace un siglo en una placa en la fachada de su casa natal ante la que he de pasar cuando, estando de visita en la Pola de Lena que nos vio nacer a los dos, en épocas obviamente muy diferentes, quiero ir a cualquier otro sitio.

Soy de esos tipos con suerte. Con suerte de poder haber dedicado mi vida a lo que siempre soñé. Con suerte de tener una familia delante y detrás que ha podido brindarme la opción de formarme para ello sin que nada me faltase. Con suerte de poder aterrizar en el mundo civil y laboral en las mejores empresas y con los mejores compañeros de viaje.

Nací el 12 de marzo de 1979, en Oviedo, porque tenía que nacer en algún sitio y mis padres decidieron aguantar tras romper aguas mi madre hasta la Maternidad del viejo Hospital Central de Asturias. La versión oficial es y será siempre que estaban de visita en casa de mi abuela Aurora en el barrio de La Argañosa cuando decidí salir.

Siempre viví en Pola. Mi corralito estuvo en «Decoraciones Galería», la tienda de mis padres. Estudié primaria, antes E.G.B., en el Colegio «Vital Aza». Secudaria, antes B.U.P. y C.O.U., en el Instituto «Benedicto Nieto». El tiempo libre, siempre ocupado. De monaguillo del añorado don Leoncio; cantando en coros, el parroquial, el «Santa Cristina» y «La Flor»; jugando, o intentándolo, al Fútbol en las categorías inferiores colegiales de la Sociedad Deportiva Lenense, el equipo de mi vida, cuya primera camiseta vestí durante catorce minutos que llevaré siempre conmigo (Tú no la pares. Despejas apuntando a las esquinas, fueron las instrucciones que recibí antes de salir al césped en aquella desapacible tarde de febrero).

Con catorce años entré a formar parte de «Radio L.lena», el taller de Radio de Juvelena, la Casa de la Juventud del concejo. Ahí, lo mío con ese medio mágico, cercano, inmediato y con el puntito de fe del creer sin ver, se convirtió en algo para siempre.

Al no haberlos en Asturias, a los dieciséis me tuve que trasladar a Salamanca para cursar los estudios de Periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad Pontificia. Allí vinieron muchas de mis primeras veces y allí empezó otra vez mi vida, lejos de Pola, a la que desde entonces sólo voy ya de visita, pero que siempre va conmigo. Y no es sólo por seguir teniendo allí a mi familia (y por muchos años), sino también porque creo que es de esos lugares que necesita de la mirada y de la acción de sus hijos emigrantes para que nadie olvide que ser de allí, vivir allí o pasar por allí es un maravilloso privilegio.

En 2000 realicé las pruebas de selección para las prácticas veraniegas. Algo falló en mi agenda porque, de haberlo sabido a ciencia cierta, no hubiera salida la noche anterior y mi voz hubiera estado, al menos, al 50%. Afortunadamente, mi currículo recogía mis más o menos creíbles conocimientos informáticos y fui seleccionado para formar parte del, por entonces, incipiente proyecto web de aquella cadena. Tan incipiente era que aún no funcionaba. Para tenernos entretenidos nos repartieron por la redacción y yo caí con «los de Deportes».

Una tarde de agosto, David Alonso, que no me había escuchado hablar delante de un micrófono en su vida, me invitó a hacer el bloque del boletín de las 17 horas. Estaba jugando el Real Madrid el trofeo del Centenario del Bayern de Munich y opté por «tocar cortito y al pie» dándole paso a María Bretones. Así fue mi debut en la profesión.

Una vez que llegó el final del verano, Carrusel Deportivo Madrid, inigualable escaparate y campo de maniobras para periodistas deportivos de la época, me sirvió para mantener el contacto con esa redacción. Me pasé toda la temporada yendo cada quince días de Salamanca al Estadio Universitario de Oviedo a contar los partidos del «Uni» en Segunda «B», pero mereció muchísimo la pena porque, cuando hubo un hueco, Ramón Gabilondo, por entonces director de Programas de la SER, se acordó de mí.

Aún me quedaba un año de carrera. Me pasé todo el autorrés desde Salamanca a Madrid pensando en cómo decir sí, pero ahora no. Yo sabía todo lo que les había costado a mis padres, económica y personalmente, tenerme en Salamanca estudiando y dejarlo a punto de terminar me parecía una falta de sensibilidad y respeto hacia sus sacrificios.

Así, tal cual, se lo conté a Ramón cuando me ofreció incorporarme a la redacción. Me encanta que hables así de tus padres. Hacemos una cosa: vienes de viernes a domingo y si en verano nos interesamos, ya licenciado, te quedas. Y así fue hasta 2010.

Estando en el Tour de Francia, en Morzine Avoriaz, en el inolvidable día en el que Iniesta nos hizo campeones del mundo de Fútbol, no aguanté más la presión y decidí dar el paso y marcharme, sin saber dónde, con Paco González, despedido meses antes tras un calentón del que, obviamente, salió perdiendo la SER y ganando la profesión, porque se produjo un movimiento en el mercado y cierto efecto «dominó» en el que prácticamente todos, los que se quedaron y los que nos movimos, lo hicimos para mejor. Hubiera esperado, hubiera escuchado, pero me obligaron a decir «sí» o «no» ya y esa prisa no me dio buen feeling. Lo consulté con mi ahora mujer, Teresa, mi contrapeso perfecto, y p’alante, con elegancia e intentando ser bien nacido, por tanto agradecido, con la parte de la gente y la casa que había hecho de mi un profesional.

No soy muy de dar consejos, pero si alguna vez os toca tomar una decisión así, pensad en «pasta», proyecto y compañeros de viaje; ordenadlo y ponderadlo al gusto y, sólo entonces, decidís. Yo, muy pronto, me di cuenta de que había acertado. Me aterraba la idea de levantar la cabeza por encima del monitor en una redacción y no ver a mis amigos.

Ahora aquí me tenéis, en COPE. Antes haciendo de todo y ahora, básicamente y por obra y gracia del «Mono de los Horarios», disfruto del honor que supone hacer de correturnos de los que para mí son los mejores comunicadores, radiofónicos y no radiofónicos, deportivos y no deportivos, del país, Paco González y Pepe Domingo Castaño.

Alguna vez, en alguna entrevista de esas que tanto me incomodan porque no me veo como un sujeto tan interesante, pero que hay que afrontar para corresponder la ilusión de quien la solicita o para agradecer el mero hecho de que hayan pensado en ti, me han preguntado por mis referentes y siempre respondo parecido: quiero ser yo, con la rapidez y la frescura de Juanma Castaño; el orden mental, el sentido de la Radio y el tono, siempre adecuado, de Paco González; la capacidad de emocionar y de exprimir equipos de trabajo de Manolo Lama; la de tensar narrando sin fallo, haciendo que parezca fácil, de Rubén Martín y Germán Dobarro; la bendita locura ácida de Gallego; el periodismo en vena de Quique Iglesias, Angel García, Alcalá y Fouto; la polivalencia, mucha veces mate, de Pacojó o Carlos Sáeze; la agenda de Bustillo, Arancha Rodríguez o Jesús Bueno; entrevistar creando atmósfera y escuchando, como Corrochano; transmitir el buen rollo y la trascendencia justa de Joseba; la voz y la pulcritud hertziana de Munilla o Gemma Santos; el amor por la profesión y por vivir de Pepe Domingo, porque sólo así se puede llegar donde y cuando ha llegado él; la omnipotencia y la asimilación del papel de gregario del que, seguramente, es el mejor amigo y compañero que uno puede tener, Jorge Hevia

Porque escuchar, mirar, leer y no dejar de aprender de nada ni de nadie, creo yo, va esta profesión, que tiene mucho de oficio, que es comunicar.

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