Yo yerro, tú yerras, él yerra…

FOTO: @javimatagil y ©EFE.

Hay algunos que son subsanables sobre la marcha, como el de Bordalás y su “doble lateral” ante el Athletic. Hago un cambio, se lo explico a Foulquier de puertas hacia adentro, de puertas hacia afuera me hago ancho de espaldas para la crítica por lo que parece un feo, acabo ganando el partido y ¿ahora qué?… ¿a ver quién es el guapo o guapa (no soy nada fan del lenguaje inclusivo, pero es lo que se lleva ahora) que me dice algo con el quinto presupuesto por la cola metidito en Liga de Campeones a estas alturas de la película?

Hay pifias, incluso, que se acaban convirtiendo en acierto, en algo útil, en la opción más adecuada o menos dañina y hasta en algo bello para los sentidos, como el “churro” de Jonathan Silva que se convirtió en una folha seca a la escuadra contraria, pero, no nos engañemos, en Deporte, las más habituales son aquellas que cuestan puntos, metas, disgustos y que acaban en un tormento del que cada cual sale como puede, cuando puede… si puede.

No creo que haya látigo interior más doloroso que el que sintió Santi Cazorla tras fallar el penalti en Heliópolis, hundido detrás una esquina antes de afrontar el hecho de subirse a un autobús lleno de compañeros que le admiran, como casi todos lo hacemos, y que le iban aplaudir, pero él iba convencido que, esa noche de aquel día y a esa hora, les ha fallado y por eso, y sólo por eso, van a arrancar de vacío. O el que pudo sentir Diego Costa mirando a la cara o, peor, sin poder cruzar la mirada con sus compañeros en el vestuario o en el vuelo de vuelta tras su penúltima ida de carácter que, en esta ocasión, ha valido la certificación de pérdida de una Liga. O el de un árbitro cuando, con sus propios ojos o a través de los de alguien en posición de superioridad o simplemente escuchando el sorround de un estadio o de unos medios de comunicación, se da cuenta de que ha errado impartiendo justicia.

Puede asaltarte la tentación de echarle la culpa a otro, tangible o intangible o al sistema o a las leyes o al empedrado, pero no deja de ser árnica para conciencias. Sabes que tu error es tuyo y que si no te flagelas por él, alguien te infringirá el castigo, o todo a la vez. Por eso, muchas veces ya ni se pide perdón cuando sería lo suyo, porque se está instalando la creencia de que no vale de nada.

En suma, se nos ha olvidado perdonar, perdonarnos y pedir perdón y, también, que la perfección no existe mientras la raza humana siga teniendo pasado, culo y opinión.

Conjuguen y asuman conmigo y nos irá mejor: yo yerro, tú yerras, él yerra…

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