Los playoffs, reserva de la biosfera

Un instante del sorteo de la Fase de Ascenso a 2ª B del pasado día 20 de mayo (Agencia EFE).

MADRID | Lunes, 27 de mayo de 2019

Ahora es cuando tener una smart TV, las autonómicas en Movistar y una cuenta en Footters alcanza todo el sentido para mí. Ahora es cuando la luz de los focos se filtra hasta las catacumbas del Fútbol y muchos se dan cuenta de que en Segunda «B» y en Tercera y en Preferente y en Primera Regional también se ríe, se llora, se siente y se padece.

Los playoffs son un ecosistema perfectamente desequilibrado que tiene su génesis en el primer sorteo de la Ciudad del Fútbol de Las Rozas y su apocalipsis en el agua de las fuentes y los balcones de ayuntamientos con vistas a plazas mayores repletas de gente que no volverás a ver hasta el próximo ascenso. Donde el pez chico se puede comer al grande, que será muy grande, pero que nada en el mismo mar abisal que el chico con esa pesadez de movimientos que provocan un escudo, una historia y una legión de aficionados que lo mismo que aprietan al rival te pueden acabar ahogando a ti.

El sorteo es algo a caballo entre la Lotería de Navidad y una romería sin música. Un peregrinaje de directivos de todas las edades, estratos sociales, regionalidades y estereotipos que buscan que les toque un premio a su medida para tapar su agujero. La mayoría quiere ascender, que para eso se han trabajado una plantilla cara, según los baremos de cada grupo, y un «doctor ascenso» que la entrene, que también suele cotizarse alto; algunos necesitan subir porque su viabilidad, su patrocinio o su mecenazgo depende de ello; otros dicen que les da igual ascender que no ascender, lo cual es mentira en el 99,9% de los casos; y, aunque nunca te lo reconocerán, hay bastantes que no desean subir bajo ningún concepto porque se marean sólo con pensar de dónde podría salir el dinero mínimo para cubrir una temporada con fichas «P», hoteles, viajes y arbitrajes de bronce.

Luego, los partidos… ¡Ay, los partidos! Como diría Rubén Martín, son como nosotros: feos, pero emocionantes. Básicamente se trata de no fallar. Por el equipo y por uno mismo, para no tener que vivir para siempre con una pifia en la mochila del recuerdo.

La pelota quema como si fuera una bola de fuego y, en la mayoría de los envites sale echando aún más fuego por las costuras. Jugadores que en las fase regular desparramaban magia aquí y allá, de repente, no la quieren ni ver delante, pero el vacío que dejan acaba siendo muchas veces ocupado por héroes sobrevenidos e inesperados, futbolistas que en los días «D» y las horas «H» activan un gen competitivo hasta entonces tan latente que se creía recesivo.

Quien vence los miedos, comete menos errores, encuentra la inspiración y la pizca de suerte y no se olvida del todo de cuáles son sus limitaciones y las del compañero a la hora de jugar al Fútbol, asciende. Una vez más, ¡qué fácil es la teoría!

Si queda algo de pureza en el «deporte rey», esta sobrevive de aquí para abajo. Reside en lo amateur, en las entradas rotas, en los conos birlados de las obras, en las tiras de rifa de diez números y los marcadores de tablillas, en las latas y gotitas bajo manga, en el olor a farias, Reflex y panceta. Todavía, la mayoría de los directivos que llevan el peso del Fútbol modesto y de base son personas jubiladas, mayores, que fueron criados en la cultura de que el servicio a la comunidad, entregar un tiempo propio en beneficio de otros, no es cosa de pringaos, sino de buena gente. Pero esta buena gente, es así de crudo, se acabará muriendo y la profesionalización o la desaparición se convertirá en el plata o plomo para cientos de estos clubes.

Por eso los playoff todavía resultan tan apasionantes. Porque los pequeños pueden sentirse grandes sin dejar de ser lo que son, frasquitos de pura esencia de Fútbol y de barrio, pueblo o ciudad que asumen con gallardía ser usados en ocasiones especiales. Albergan la romántica esperanza, y todos sabemos que lo romántico acaba empatando con lo absurdo, de que un 30 o 40% de los que súbitamente van a poblar sus gradas se enganchen para siempre a esa fragancia de cercanía, de pertenencia y de verdad contra la que eso que echan por la tele a todas horas nunca podrá competir por mucho que repujen el envase.

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