MADRID | Viernes, 10 de enero de 2020 | FOTO: EFE
El miércoles por la noche las espaldas de Luis Rubiales dijeron «basta» ante tanto palo y, a través de su twitter personal, aunque uno nunca deja de ser lo que es ni cuando duerme , en su caso presidente de la RFEF, sacó la cara por «su» nuevo formato de Supercopa de España.
Analizando las diferentes reacciones y respuestas al twittergrito de Rubiales pensé que, en mi condición de agente doble, periodista y directivo de un club de fútbol, había cosas que podía aportar sin parecer ni un fiscal, ni un abogado defensor ni un abogado del diablo. Si acaso, haré un poco de todo porque, al final, en estos tiempos tan de o blanco o negro, me declaro defensor a ultranza de las olvidadas escalas de grises.
En torno a esta nueva Supercopa gravitan dos constantes en el discurrir de todos los tiempos: la resistencia al cambio y la pregunta de si el fin justifica los medios.
En febrero fue cuando empezó a trascender la determinación de Luis Rubiales de proponer el cambio de condiciones, criterios de clasificación y fechas de esta competición que, hasta esta temporada, servía como subida de telón antes de la Liga (cuando se jugó, que hubo un tiempo que si un club hacía doblete ya se quedaba con el trofeo sin disputarlo con nadie) y fue en abril cuando se le dio «luz verde» en la Asamblea General de la RFEF, donde están representados todos los estamentos, también los clubes, y donde se pudo haber frenado, aunque es verdad que en el 99,99% de los casos allí se vota a favor de obra.
Ni en febrero ni en abril se sabía a ciencia cierta quién iba a ganar qué o quién iba a quedar subcampeón de qué. En algún caso se podía intuir, pero si por algo es atractivo este deporte es porque no siempre se cumplen los pronósticos. Por ejemplo, y sin ir más lejos, que el Valencia fuera campeón de Copa fue una sorpresa. En cierto grado factible, pero sorpresa. Eso sí, señor Rubiales, ahora no se le ocurra mover esos criterios durante un tiempo prudencial porque entones si que se líará y con razón.
Por otro lado, denostar la instauración de una «Final a Cuatro» justo el año que le toca a tu equipo o cinco minutos después de que le hayan pasado por encima en el campo se me queda un poco cojo como argumento comparado con el de la «Liga de Campeones» que esgrimió el miércoles Rubiales, que me resulta palmario.
Los cambios suceden y son constantes. A veces llegan para quedarse y, a veces, para que nos demos cuenta de que las cosas no estaban tan mal como estaban. Y todos tienen un motor común, la presión.
La Liga de Campeones nació por varias razones, pero sobre todo por la presión ejercida por los «grandes»del continente, que ni querían verse fuera de la Copa de Europa por no ganar su liga doméstica ni ser eliminados a las primeras de cambio por mor de un sorteo caprichoso, una encerrona deportiva o arbitral o, simplemente, una mala noche. Querían asegurarse más partidos porque a más partidos, más pasta. Así de sencillo.
Ahí, en el reparto del dinero, radica, quizá, una de las grandes rémoras de la Supercopa de España para su aceptación, sobre todo por parte del Valencia y los potenciales clubes y aficiones contendientes que escapen al triunvirato Barcelona – Real Madrid – Atlético.
Todos deberían ir con el mismo caché porque van al mismo sitio a pelear por el mismo trofeo. Y si no es así por lo que sea, que a mí el tema derechos se me escapa, que primen criterios deportivos actuales. Que quienes asistan como campeones de lo suyo reciban más. Es que introducir lo del palmarés histórico como segunda variable de dos para racionar un dinero del presente me suena bastante milonguero.
¿Cuál ha sido la gran presión que ha generado el cambio de formato de la Supercopa? La necesidad que tiene la propia RFEF de obtener ingresos, no sólo para financiar su día a día y sus proyectos a medio y largo plazo, sino también para abrir una vía de futuro a los clubes de 2ªB, 3ª División, fútbol femenino y fútbol sala, como esgrimía Luis Rubiales en su segundo tweet.
Precisamente estos clubes a los que se refiere el presidente tienen hasta el día 25 del presente mes para cumplimentar la documentación necesaria que les permita adherirse al plan trienal IMPULSO 23, que supondrá una serie de ayudas directas desde las arcas federativas para las entidades más modestas del fútbol de categoría nacional sin las que el noventa por ciento reventaría. Tal cual. Estamos hablando de unos 30 millones de euros, el 50% prometido a sus beneficiarios para finales de febrero.
La 2ª B parece más controlada, pero la Tercera aún tiene su miga porque siempre ha sido una categoría peculiar.
De fútbol aficionado, dicen. Alguno habrá jugado, juega o jugará por apego, amistad o amor al arte, seguro, porque yo los he conocido y fichado para mi equipo, pero tengo igual de seguro que la mayoría, ahora más que nunca, se ha movido por sobres nescafé provenientes de un secular limbo tributario y de prestaciones con el que la Federación quiere acabar antes de que el fisco o los tribunales de la Seguridad Social lo hagan por la tremenda. De ahí esas inyecciones monetarias en forma de subvenciones que los clubes habrán de justificar no sólo con facturas y tickets, sino también con una transparencia documental y unos gestos que demuestren cierto compromiso de poner rumbo hacia la legalidad, a la que se habría de llegar en tres o cuatro temporadas.
En este escenario me preocupa, todavía más que la Tercera, lo que hay por debajo de ella hasta chupetines. Porque si no se crea un marco legal específico que recoja las singularidades de los clubes de cercanía, de barrio, de pueblo, y le haga un sitio al voluntariado de monitores y directivos que no sea gravoso para sus arcas, estos se verán abocados a la reducción, a la desaparición o a convertirse, por tener que disparar sus cuotas, en un artículo de lujo para muchas familias que, en su mayoría, simplemente desean que su hijo o hija haga deporte en su tiempo libre desdeñando opciones menos saludables. Hasta ahora no había un Gobierno con el que sentarse hablar nada. A ver ahora si toca y cuándo toca, porque la bandeja de asuntos pendientes debe llegar hasta la estratosfera.
Sabiendo esto… ¿El fin justifica los medios? ¿merece la pena llevar la Supercopa a Arabia Saudí? Desde un prisma empresarial, sin duda. Se vendió un producto al mejor postor. Y la Federación es una empresa, especial, como lo son los clubes, pero una empresa al fin y al cabo.
En nuestro país no hay municipio, provincia o comunidad autónoma que se pueda arrimar a la quinta parte de los 40 millones de euros que pagó este reino absolutista sin que le planten una moción de censura al que mande, quedando, así, autodescartada la opción de la sede patria. Pero es que además los árabes vinieron con la petromorterada y ahí se acabó. Adjudicado. Punto. El error, creo yo, estuvo en que, cuando empezaron a arreciar los palos por la cuestión, nada baladí, del respeto a los derechos humanos en el país sede, se empezaron a generar justificaciones romantico-hyppies al son del «Imagine» de Lenon, cuando la cruda realidad llevaba de hilo musical el «Money, money» de Liza Minelli.
En el mundo hay desigualdades alimenticias, económicas, sociales… Podemos no formar parte o podemos mediar para contribuir al cambio. Hay países donde nacer hombre o mujer no es lo mismo. Podemos cambiar si situación si los inundamos de igualdad. Nos han pedido ayudar a transformar el país y lo haremos. Esta será la Supercopa de la igualdad, dijo Rubiales en noviembre. Yo estuve en Pekín durante los Juegos Olímpicos del 2008 y una semana de mi luna de miel, un año después, y puedo asegurar que el «pollino» de cambio y modernidad que nos vendió el gobierno chino durante los quince días de pebetero encendio fue estratosférico. En Yeda pasará, como mucho, exactamente lo mismo, siendo una Supercopa de España la uña del meñique de un pie de unos Juegos, por dimensionar.
Y es que las aperturas y los cambios socioculturales de una nación son fruto de décadas de luchas y agitaciones y, a veces, tardan décadas en ser perceptibles. Quizá los grandes eventos deportivos en el siglo XX sí que funcionaban más como amplificadores de mensajes, denuncias y regímenes, porque la geopolítica mundial era otra y el grado de desconocimiento de lo de allende las fronteras propias era muy superior al de hoy, que casi nada nos sorprende, y si nos sorprende, lo podemos consultar en cero coma. O sea, que el que hoy se siente delante de la tele a ver la Supercopa de España se sentará a ver la Supercopa de España y poco pensará en cómo están los derechos y las libertades de los hombres y mujeres que habitan Arabia Saudí, por más importantes que sean, que lo son, que un partido o tres allí o en cualquier lugar del mundo.