José Ramón

del ejército que nos llevó a Líbano (2006).

MADRID | Sábado, 27 de marzo de 2020 

El pasado jueves, durante el transcurso de su función radiofónica de cada noche, José Ramón de la Morena anunció su paso a la reserva periodística tras más de cuarenta años de carrera.

Sus motivos son suyos y él los ha explicado. Su vida es suya y ha elegido vivirla ya de otra manera, fuera de ese «rodillo» personal, familiar y profesional (como definió Alcalá) que supone dirigir cinco veces en semana un programa que empieza cerca de la medianoche, pero que exige entregarle todo tu día. A los demás, a sus oyentes, a sus compañeros o a los que primero fuimos oyentes y luego compañeros sólo nos queda respetarlo todo y otorgarle un lugar en la historia, en la de cada uno, en la de ese medio inigualable que es la Radio y en la de la Comunicación, deportiva o no, de nuestro país.

Joserra llegó tarde a mis oídos por lo mismo que llegaron tarde a mis ojos Will Smith, Agustín Bravo y las Mama Chicho . Alguna sombra analógica había ahí que hacía que, a mediados de los 90, en Lena ni se viesen las privadas ni se cogiera la SER. COPE Mieres entraba como un tiro, con lo cual, radiofónicamente crecí escuchando a García.

Fue en Salamanca donde mis nuevos amigos de la carrera me descubrieron un programa, un comunicador y una alternativa, sobre todo de formato y de tono, para las medianoches deportivas. Te ríes mogollón, mola mucho, las entrevistas son otro rollo porque el entrevistado puede hablar

Yo, os confieso, le di un par de tardes a Carrusel Deportivo, ocho o diez noches a El Larguero, y volví a abrazar farolas con los correveidiles. No se cambiaba de hábitos radiofónicos, casi manías, así como así. Al menos yo no.

Pero, para que veas como es el destino, sólo tres años después, a la hora de dar el primer paso entre lo académico y lo profesional, entré de rebote, por la gatera, muy de puntillas y con los oídos y los ojos muy abiertos en aquella redacción líder y me pude pegar el gustazo de vivir desde dentro algunos de los mejores años de un equipo histórico, que por las tardes hacía magia para contar unas competiciones que no siempre se podían ver por la tele en directo y que por las noches montaba una mesa de análisis, casi de camilla y brasero, de la que se llegó a decir que había manado una generación de oyentes propia, que han sido hijos, nietos, padres y algunos hasta abuelos sin cambiar de dial.

Equipo, sí. Es evidente que aquel era un programa de autor y que José Ramón era un elemento diferencial (como lo somos todos los que presentamos alguna vez, porque por mucho que nos podamos parecer en el criterio, en el tono, en el discurso o hasta en la voz a alguien, no somos fotocopias), pero tanto o más lo era el coro que le acompañaba ya que, por acumulación de talento, se hacía imposible que no hubiera a cada momento al menos un solista certero que mejorara por goleada un silencio.

Han pasado muchos años, muchas cosas. Por ley de vida, por desgaste o porque sí nos hemos ido separando hasta que nos hemos partido y repartido por el dial, pero el cariño y el respeto personal y profesional por todo lo vivido estará ahí por siempre.

No hace falta ser un Scherlock para darse cuenta de que yo era tan de Paco que me fui detrás de él cuando le echaron y hubo hacia donde, pero sería un desagradecido si olvidara que José Ramón apostó por mí para cubrir el Ciclismo cuando David Alonso y Juanma Castaño lo dieron por visto; que me invitó a participar en dos programas históricos con Fernando Alonso, uno bajo tierra (en el pozo minero «Nicolasa») y otro en tierra hostil (en la base militar «Cervantes», en Líbano); que fue el primero en mandarme un mensaje cuando me hicieron fijo; que levantó un teléfono y montó un pollo extraordinario y muy arriba, más casi imposible, porque era día 11 y aún no había cobrado; o que intentó que me quedara a su lado hasta el mismo día que firmé el finiquito para fichar por COPE.

Cuando tuve la ocasión de conocer al Ramón de Brunete, que es como le llaman en su pueblo, logré entender mejor al José Ramón de Gran Vía, exigente, a veces rudo o, incluso, crudo. Igual de intenso o más era cuando quería mostrarte su aprecio personal o profesional. Así adaptaba él sus miedos y sus limitaciones, que todos tenemos, a la presión y la exigencia de esa élite tan cara en lo personal a la que ayer se refería y que dura mucho más allá que de las dos horas de luz roja.

Conocer esas limitaciones e incorporarlas a su manera de comunicar constituyó una de sus su principales virtudes. Otras fueron la anticipación a la hora de citar a los personajes, su buena entrada con ellos, entrevistar «desde cero», sin dar nada por sentado y, como si hubiera intuido antes que nadie que las relaciones con los protagonistas del Fútbol se iban a complicar, crear un torneo que, en edad temprana, marcara a las estrellas del futuro para toda su vida y les intentara hacer saber (que no siempre se ha conseguido) que lo que se transmite en la radio y la televisión es un juego que sucede y les conviene jugar.

En eso va a seguir ocupando un tiempo futuro que, seguramente, correrá a su favor a la hora de encuadrarle con justicia en la Historia sin tomar el todo por la parte final, en los niños, los del Fútbol 7 y el que acaba de tener con su actual pareja. Que os salga todo bien, compañero. De corazón.

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